31 diciembre, 2012

El arroyo



El arroyo

Creías que el agua del arroyo
al impactar las rocas,
pronunciaba un nombre,
y cada madrugada
bajabas por el valle
para escucharlo.

En sus cauce calmo
creíste ver un rostro,
y al dormir, sin razón
alguna, en tus sueños
esa imagen se borraba de ti,
teniendo que ir a mirar de nuevo.

Te encantaba sumergirte
para refrescar tu cuerpo
pero sin aislarte de la tierra
—llena de sangre en estos tiempos—,
te fascinaba sentirte
como ser un pez sin ataduras.

Pero no era un nombre 
el que era pronunciado,
sino eras tú suspirando.
No era un rostro
el que veías cada noche,
sino tu alma reflejada.
Y no sólo eras un pez,
nadando contracorriente,
sino que te volviste una estrella:
la primera que se ve en el poniente,
la última que brilla en el amanecer,
esa lejana, a la que todos llaman sol.

La casa verde



LA CASA VERDE.

Pasó gran parte de la noche sentado en la silla de madera rechinante de su escritorio, con los codos apoyados sobre éste, sonriendo frenéticamente. En frente, una gran ventana de unos dos metros de ancho por uno y medio de alto, en cuyo exterior, los barrotes blancos algo oxidados estaban cruzados formando rombos. Por aquel ventanal se podía ver a la gente subir y bajar la calle, personajes desprevenidos que difícilmente se darían cuenta que alguien los mira dos metros más arriba a través de un cristal, alguien que los observa con ojos brillosos mientras una boca se desata en mórbida ansiedad. Gente desprevenida, apresurada, todos temían que los peligros se les apareciera en cualquier momento, dejándolos así, en un cara a cara efímero. Hay más terror en las casas que el que se puede encontrar en las calles, más aun cuando nadie entra ni sale de ellas. Todo lo que diré ocurrió entre una mañana a eso de las ocho y altas horas de la noche. Sí, una mañana, cuando decidí penetrar sin permiso ni ruido alguno en la casa. El miedo no invitó a más. Bien puede pensarse que el miedo hace alejar, prevenir, huir, es cierto; pero también hay otras veces donde el temeroso se siente tan acorralado, tan asediado por fuerzas internas y penas externas, tan presionado, que surge de repente un inesperado golpe, una respuesta impensada.
Era lunes. Me levanté casi al medio día. Días antes encontré información en el periódico sobre un concierto de cuerdas que habría en el Museo Nacional. Cuando desayuné y me alisté, antes de salir, busqué y me lleve la cámara fotográfica. Salí de la casa. Camino a la estación de bus —el mismo recorrido que hago siempre: pasos hacia el oriente, luego al norte varios minutos, y al oriente finalmente—, me di cuenta de un hecho que a simple vista no tiene relevancia. En la cuadra de la calle 38 con carrera 16, en una casa con paredes antiguas cubiertas de yeso ya cuarteado, en la cual descendían colgaderas que salían por entre de las tejas del techo, siempre se veía la ventana del tercer piso tras una cortina verde brillante que permanecía cerrada. Menos ese día. Y puede parecer una banalidad, claro, yo también lo creí unos segundos, y aun así, la curiosidad que muchos tenemos cuando niños nunca se fue de mí en la vida, esa cortina abierta podía significar algo que quizá yo nunca llegaría a saber, pero que quien la abrió sí . Así que le di uso a la cámara. Luego de unos instantes ojeando la casa con suma curiosidad y rareza, proseguí mi camino.
Pasaron dos días. Era un engorroso miércoles caluroso, y tenía la tarea de entregar unos libros de la biblioteca de donde los saqué, lo cual hice temprano. Y digo engorroso no por el mero hecho de entregar los ejemplares ni por el calor, sino porque cometí un error estúpido. La fotografía que tomé de la casa verde el día lunes, en camino de regreso a mi morada la mandé revelar. Me la entregaron al rato, y pese a que no sé mucho de fotografía, a mi parecer parecía una bella foto de alguna revista que promociona casas. Para no perderla la guardé en uno de los libros que entregué. Me di cuenta que me faltaba la fotografía sólo hasta el otro día, cuando me nació la idea de mandarla ampliar para encuadrar —estaba orgulloso de la única fotografía formidable que he tomado en mi vida— y colgarla en alguna pared de la sala de mi casa. Busqué como loco una media hora hasta que me detuve a rememorar, y caí en cuenta el infortunado error. Sin meditarlo, tomé las llaves y salí a la biblioteca a mirar si el libro que entregué aún estaba.
—    Buenos días, señorita. —Le dije a la bibliotecaria—. Sí,  de nuevo yo. Vine hace como una hora a entregar dos libros. Sabe… Necesito ver uno de ellos nuevamente. Se me quedó entre él algo importante. Espero todavía esté disponible.
A los pocos segundos me dio la mala noticia. Ya se lo habían llevado. Pregunté quién había sido, pero arguyó que no me podía revelar esa información. No obstante, y luego de demostrarle mi amabilidad y buena voluntad, me dijo qué aspecto físico tenía, pues hace unos minutos había salido de la biblioteca.
—    Es de baja estatura, mantiene pasos cortos. Lleva un saco negro, una falda muy vieja de color morado con flores amarillas. El cabello recogido, castaño. Si va a hablar con ella, sea prudente y amable, por favor— dijo, bajando la mirada y volviéndose a sus asuntos de trabajo.
Salí disparado en busca de ella. Preguntando a los vendedores ambulantes si la habían visto o atendido, a lo que me respondían negativamente. La calle, debido a que hacia donde me dirigí se tornaba algo declinada, me permitía mayor panorámica. Pero no la vi… así que me resigné a haber perdido la foto. Me puse a divagar, por lo que en un momento me invité a la alegría, pues algún lector se encontraría con un bonito regalo al abrir las viejas páginas, pero por otro lado… ¡Y lo recordé! En el local de fotografía, se tomaban la tarea de escribir el teléfono y el nombre del fotógrafo al respaldo de la fotografía en letra pequeña. Un suspiro de tranquilidad me invadió. Era cuestión de que aquella persona tomara un teléfono y se comunicara conmigo. No sabía si lo haría, pero tenía esperanza que así sería. Sino, iría de nuevo unos días después a la biblioteca a intentar tener suerte al ver el libro devuelto y la fotografía dentro de él —una idea poco prolífera pero ineludible—.
El día viernes de la misma semana, mientras dormía, pese a que estaría pronto a levantarme, sonó el teléfono. Recordé de golpe el respaldo de la carta y la llamada que sería mi alegría, y corrí como gacela hacia la sala.
—    ¿Aló? ¿Buenos días?— contesté impaciente.
—    Sí, buenos días. ¿Señor Benavides¡ ¿Cómo le va?
—    Sí con él. Bien, gracias. ¿Quién es?
—    Me llamo Lucía. Encontré este teléfono escrito en la foto de un libro que saqué, y además está su nombre. Llamé a ver qué pasaba, porque a veces…
—    ¡Si, es mía! ¡Muchas gracias!— dije con suma alegría.
—    ¿Por qué?
—    ¡Por llamar! Verá… Quiero pedirle el favor me devuelva la foto, es algo muy preciado para mí.
—    Ah, sí. Es de suponer. Pero, hay un problema.
—    No me diga eso… ¿Cuál?
—    No soy de salir de mi casa, menos a encontrarme con gente en la que no tengo confianza. Tendrá que esperar que yo entregue el libro, dejaré entre él la foto.
—    Bueno…— dije, con un tono cercano a la resignación.
—    Disculpará, pero es así.
—    No se preocupe. ¿Qué día lo entregará?
—    Mañana. Ya voy en la mitad.
—    ¿De verdad? A mí me tomó unos cuatro días leerlo…
—    Eso porque seguramente Ud. tiene más cosas que hacer. Yo vivo dentro de mi casa y es raro que salga de ella, excepto por comprar cosas necesarias y conseguir libros. Así que dedico mucho a leer. Todo el día.
—    Eso está muy bien.
—    Sí… Bueno, no siendo más. Mañana vaya por su libro al medio día.
—    Está bien, y gracias nuevamente.
—    No hay de qué, hasta luego.
—    Hasta luego, Lucía…
No sabía si ponerme eufórico de alegría o preocupado. Opté por quedarme tranquilo y esperar. Mientras dejaba que la tarde pasara, en medio de un sol naranja intenso, me pregunté por qué simplemente no habría ido a tomar otra foto de la casa, por qué no salía en ese justo momento y la fotografiaba desde el mismo lugar y con esa formidable luz natural, y problema aniquilado. Un desespero en las piernas me quitó las ganas de ir en ese momento, hasta de levantarme del sillón café. Preferí distraer mi mente pensando en otras cosas.
Llegó el sábado. Camino a la biblioteca me entraron ganas de pasar por la casa. Cuando llegué, la cortina del tercer piso estaba cerrada como de costumbre. Quizá allí se halla una razón al porqué no tomé otra fotografía: sólo ese día la casa abrió uno de sus ojos para ser fotografiada por el único transeúnte con una cámara que por allí andaba, o peor…. Para observarlo.
Tal como prometió la tal Lucía, así fue. Resumiré mi alegría y lo que pasó momentos después en tres palabras: recuperé la foto. Esta vez fui directamente a mandarla ampliar. Sentí que todo había recuperado su orden y armonía. Menos algo… La casa. Creo que se me estaba volviendo una obsesión ir a verla cada vez que podía, sólo con la excusa de intentar ver de nuevo esa cortina abierta y agarrar mi cámara de golpe y tomar fotos. Pero nunca se me cumplió la vanidad. A veces me nació la idea de golpear y conocer a sus dueños, pero en esta ciudad eso no es muy común, ni agradable para sus dueños, y más aún esto último si se tiene en cuenta que en mis frecuentes visitas jamás había visto a nadie entrar ni salir de allí. Y no siendo cumplido mi pequeño sueño vanidoso, quise ser la excepción, vaya que sí.
Ya en la semana siguiente a todo lo acontecido, decidí darle un vistazo a la casa, pero esta vez sin la cámara. Eran las ocho de la mañana del martes, fui con un saco gris de algodón y una sombrilla, pues hacía frío y el cielo amenazaba con una lluvia fuerte. Con paso trémulo fui acercándome a la puerta. Di cuatro golpes en ella. No pasó nada. Volví a insistir ya con cinco golpes.
—    ¿Quién es? —interrogó una vieja voz masculina desde el otro lado.
—    Buenas. Me llamo Benavidez.
—    No me interesa saber de Dios, gracias. Váyase.
—    No, no vengo a eso…
—    ¿Entonces a qué?
La pregunta me heló. Era lógico que debí haber pronosticar algo así, pero la admiración por la casa me alejó de hacerlo. Me quedé impávido, sentí esa incomodidad como si fuera eterna. En el desespero no vi otra solución que mentir.
—    Soy de la Secretaría de Hacienda. Vengo a… realizar una visita para ver el estado de su casa, saber si es segura para sus ocupantes y para el vecindario.
Se escuchó un corto silencio. Luego una queja entre muelas. Se abrió la puerta, o eso pareció. La empujé. Era de madera gruesa, pesada y como de roble. Había un tapete de colores morado y rojo, muy deshilachado y sucio en la entrada.  El piso también era de madera, aunque no lucía tan viejo ni desgastado. Había silencio total. Mis pasos parecían escucharse por toda la casa. Avancé por el corto pasillo y di en lo que parecía el centro de la casa. Gracias a ventanas ubicadas por lo alto de la casa había buena iluminación. Había algunos pasillos más al fondo. Había un reloj de piso enorme pero cuyas agujas daban las dos de la mañana, estaban inmóviles. En aquél centro habían unas cuatro puertas, dos de ellas abiertas. Elegí la primera y al pasar, encontré su interior muy desolador, aunque de inmediato daba a una segunda habitación. Pasé a la segunda y había un estante con copas y vasos de cristal al fondo, pero nada más. A su vez, esta segunda daba a una tercera, en la cual, ya habiendo entrado, vi que había más estantes pero vacíos. Al final de este tercer recinto, había un umbral delgado pero bien iluminado al fondo. Pasé por allí y de frente me topé con las escaleras, aunque eran delgadas, y al subirlas, también frágiles. En el segundo piso encontré más puertas, pero cerradas. Avancé por el pasillo que tenía forma de L y di con una sala, otro centro,  pero este si era oscuro. Se escuchaba alguien en una de las puertas cerradas que estaban del otro lado. Me entró el pánico, pues no sabía en dónde se había metido quien me abrió. Tal vez estaría allí, de donde provenían los sonidos casi inaudibles. Durante todo mi recorrido no indagué sobre quien fuese su ocupante, era tal la belleza que poseía tan antigua casa que me vi tragado por la fascinación de recorrer un lugar que a lo mejor nunca había sido explorado con detalle y respeto. Hasta que alguien me llamó.
—    ¡Estoy acá abajo! ¡Ey, el de la Secretaría! ¡Baje!— gritó la misma voz que me abrió antes.
—    Eh, sí, sí, ¡ya voy!— respondí balbuceando.
Volví al centro bien iluminado del primer piso mientras miraba hacia arriba, viendo una lámpara enorme que colgaba del techo más elevado.
—    Supongo que ya hizo su revisión, lo vi más bien merodeando por allí. Linda casa, eh… me pregunto si tendrá próximo dueño—, escuché, quedándome atónito pues la voz provino de una de las puertas cerradas.
—    Sí, sí, señor… Sólo me falta revisar por fuera y listo, me voy—, respondí con nerviosismo.
—    Bien. Ya sabe dónde está la puerta.
—    Claro… Pero, una pregunta.
—    ¿Cuál?
—    ¿Podría entrar a una de las habitaciones? Para saber si no hay humedad, grietas prominentes, o algo así…
—    Ejem… Bien. Sólo empuje alguna de las puertas. Algunas están cerradas pero ninguna tiene cerrojo que funcione.
—    Bien. Gracias.
—    Espero no se demore.
No sé de dónde me entró valor para preguntar eso, sabiendo que el extraño quería que me largara. Pero sin dudarlo subí de una vez al tercer piso. No encontré ninguna puerta. Era un salón único, amplio, cuyo perímetro dictaba el de toda la casa. El piso estaba cubierto con alfombra azul. No había mucho de pared, pues casi todo era ventanas. Ventanas por todo el rededor, cubiertas con la cortina verde que siempre veía, eran de terciopelo. Las rocé todas con mi mano, y me detuve en una. Calculando mi ubicación, queriendo estar ante la que creí ocultaba única la ventana que tenía el privilegio de desnudarse de esa cascada de tela verde, y viendo que ante una de ellas había un escritorio con una silla, di justo con ella. Cuando la abrí mis ilusiones se desvanecieron. Las montañas no podían divisarse; no tenía mucho rango de visión de la ciudad a esa altura, no había nada espléndido que ver. Hasta que bajé la mirada y me di cuenta de lo bien que se podía ver a la gente que pasaba. Se les podía ver hablar, cada gesto facial, cada paso, cada parpadeo. La altura no era gran factor en la nitidez de mi observación. Cuando me di vuelta, había una taza de café hirviendo sobre el escritorio. Me sorprendí al ver una mujer sentada en la silla del escritorio, mirándome. Quedé congelado, sin palabra. Me di cuenta al instante de su cabello recogido, un saco negro que llevaba, y cuando ella se levantó, de su falda morada con flores amarillas. Era ella. Me sonrió. Al darme cuenta de eso, me calmé un poco.
—    Perdón. No sabía que usted vivía aquí. Ya mismo bajo, discúlpeme— dije con pena.
—    Primero tómese el café— dijo interrumpiéndome.
No respondí nada. Despacio acerqué mi mano a la taza. Y lo comencé a beber despacio mientras soplaba y la miraba. Una mujer de no más de treinta años, ojos grandes y brillantes, labios rosas y piel pálida, contextura delgada. A mi parecer era hermosa.
—    Es un libro aburrido. El que lo escribió tenía buena intención pero no tenía la mejor destreza plasmándolo. Sabe, sin duda hay mejores. El próximo que leeré será…
—    Gracias —la interrumpí—. Como me dijo, la foto estaba en el libro aburrido… No tenía idea ni me esperaba que viviera aquí, Lucía. Es una casa muy admirable.
—    ¡Silencio!— ordenó bruscamente.
De nuevo me quedé helado. Dejé la taza sobre el escritorio y me dispuse a bajar, dándole la espalda. Me reprochó el acto. Justo cuando iba a salir del salón, me habló.
—    No se vaya tan rápido, la casa no muerde pero no debe hablar de ella. Es más, no deberíamos hablar, sino, en el estado en que está, se cae. Pero le diré algo. La cortina que abrió hace unos segundos, días atrás la abrí yo también. Y me arrepentí, aun me arrepiento al día de hoy. Espero no le pase lo mismo… Es que… Quién ve por esa ventana a los que pasan por la calle, no vuelven a mirar de la misma forma. Mi padre le abrió la puerta y me dijo de usted. Yo sabía que Ud. no era de ninguna secretaría, esos hace años no vienen, además traería algún distintivo. Le traje café para ser cortés. Me di cuenta que había abierto la cortina. No lo quiero asustar, pero es mejor que se vaya ya y se conforme con la foto que tomó de esta casa. Si no, querrá volver a venir y mirar, créame. La única manera que tengo de evitar hacer eso mismo, es leyendo. Mi padre hizo lo mismo cuando empezó a vivir acá, hace ya varias décadas, pero él pasó años observando, años alimentándose de un bicho infernal que carcome el morbo y siembra sus crías en él, para que cada día sea mayor, pero sintiendo esa dicha de verlos a todos sin que lo vean a él, sintiéndose un poco como Dios, si alardear de ello, más bien de una forma peculiar. Yo llegué aquí hace tres años, cuando mi madre murió, mis tíos me trajeron aquí, sin más opción. Ese fue la única solución a los diarios avistamientos que realizaba mi padre por la ventana; sólo me miraba a mí ahora, con cierta alegría de conocer a su hija después de tanto, así fue por algunos días; pero eso cambió, y se le nota cómo pasa el tiempo confinado en su cuarto últimamente,  dándole vuelta a un reloj de arena que tiene, el único reloj que sirve en la casa. Ya está muy viejo, no le queda mucho, menos en las condiciones que ofrece esta casa. A mí tampoco me queda mucho tiempo acá, pero en mi caso es porque me voy. Luego de ver por esa ventana, quiero salir de acá, no veo la hora; no lo he hecho por mi padre. Su vida es esta casa.
—    No sé qué decir… Bueno, siendo sincero no me siento diferente. Ni siquiera viéndola fijamente como hago ahora.
—    Yo quisiera decir lo mismo… Pero estoy a poco de empezar a quedarme ciega. Mi padre lo está. La ventana nos hizo esto.
Un abrupto escalofrío me electrizó el cuerpo. Un vació se apoderó de mi vientre. Náuseas, pequeños temblores, taquicardia. Tal revelación la sentí como una puñalada en el rostro, pues me decía que yo también me quedaría ciego pronto. No dije nada, mis manos buscando la pared para no caerme lo decían todo.
—    Seguro piensa que se quedará ciego. Y así temo que será, tanto para usted como para mí. Pero hay una solución. Que nunca deje de ver por la ventana.  Yo no me atrevo, no quiero terminar como mi padre, confinado en una vieja casa, solo completamente, olvidado, sin oportunidad de sol, enfrascado en los más crudos temores y acorralado por las más fieras angustias… Prefiero quedarme sin ver. Total, el mundo es ciego ante lo bello, mudo ante lo correcto y sordo ante lo injusto. Aunque mi padre me ha hablado de otra solución.
—    ¿Cuál, cuál?—, pregunté con horror.
—    Acabar con la casa. Sea quemándola o tumbándola.
—    ¡Si, eso! — dije, mientras sentía que veía borroso, y fue lo último que recuerdo de la conversación.
Y perdí el sentido. Cuando desperté escuchaba sirenas. Era de noche. Estaba Lucía conmigo en el andén de la casa de enfrente, rodeados de maletas y libros, viendo cómo con el fuego derrumbaba la casa pedazo a pedazo.
—    Despertó… Sí, ya ve. Era la única solución. Yo no podía permitir que se quedara allí y al despertar  ya habiendo olvidado todo lo que le dije, quisiera ver por la ventana de nuevo. Le conté a mi padre, y él temiendo que su historia se repitiera en algún otro desdichado y que su casa fuera irremediablemente invadida por otro, le prendió fuego al reloj que estaba en el primer piso estaba repleto de gasolina, mientras yo alisté todo lo que aquí ve. Le eché el café ya frío sobre la espalda y salí con usted de rastras, parecía como sonámbulo.  
—    Su padre, ¿dónde está?
—    Allá, nos ha salvado— Con el índice derecho me señaló el tercer piso.
—    La… ¡La ventana!
—    Ahora ni tú ni yo perderemos visión— Y fue así, pues pudimos contemplar lo que aconteció después; y cada mañana desde entonces veo con Lucía la fotografía ampliada de la casa verde en nuestra sala, recordando algo de lo que pasó.
En el último piso, en la infernal ventana, estaba sentado en la silla del escritorio su padre con los codos sobre éste, mirando cómo la gente corría con prisa sin que estos se dieran cuenta, todos gritaban como perdidos y andaban sin destino fijo, los observaba con una sonrisa frenética, con los ojos fijos y grandes puestos sobre ellos, como si al hacerlo aumentara el fuego que consumía las cortinas. De repente, detuvo su mirada en nosotros, en mí más que todo al ver que su hija había tomado mi mano, a lo cual me asusté y agaché la vista, viendo el reloj de arena que estaba en el piso en frente de mí, a punto de acabarse los granos de arena de la parte superior. Cuando terminaron de caer, subí de nuevo la mirada. Las colgaderas parecían cascadas de fuego, las tejas caían como meteoros humeantes. Y un instante justo antes que el cristal de la ventana estallara por el humo atrapado y que la casa se desplomara por completo, por entre los barrotes chamuscados, el viejo cerró los ojos y me sonrió dulcemente. 

15 diciembre, 2012

Pena de muerte



PENA DE MUERTE


“Now for my last--let me look back a moment; 
the slower fainter ticking of the clock is in me, 
exit, nightfall, and soon the heart-thud stopping.

“Déjame mirar atrás por última vez.
Siento en mí el leve y menguante tic tac del reloj.
Muerte, noche, y pronto se detendrá el latir de mi corazón.”[1]

WALT WHITMAN.


Con frecuencia últimamente me encuentro ante los dos jueces
más implacables y frecuentes del humano:
el Espejo y la Memoria.
El primero que nos impone
-dejándonos un innato dolor-
el ver qué somos hoy;
el segundo nos lleva al ahogo
de ver y hasta vivir un instante
de lo que fuimos antes.

Cada arruga que en mi rostro se traza
es el vestigio de alguna sonrisa o sollozo
que proferí siendo un enérgico y noble niño,
un confundido y dolorido joven,
o un corpulento y fatuo adulto.
Cada arruga que se dibuja en mi cuerpo
es el rastro de cada otoño ya vivido;
y son tantas las que poseo
que no sé cuántos años tengo.

Mis hijos al pasar los años se fueron yendo,
para forjar una familia como yo hice con ellos,
y así, encontré hace mucho mi mejor compañía:
un reloj que dicta los días que me quedan,
pues siendo viejo ya la cuenta es regresiva.

La enfermedad me acechó entre sombras.
Me escabullí entre los días sin que me viera,
y cuando creí que la había perdido,
recayó ante mí con brutalidad,
dejándome a la merced de la fúnebre palidez.

Cada día que pasa me veo inmerso
en una insoportable y cruda soledad,
escuchando mientras concilio el sueño
los pasos que nunca me atreví a dar,
sintiendo en el pecho los amores que se fueron.

Son pues estos dos jueces fruto de mí mismo,
y del devenir implacable que hay en la vejez
para cada ser vivo que logra llegar hasta aquí.
Ya no me defiendo; sólo espero.
Ya no caigo en vacío ni llanto; recuerdo todo, sonriente.

Así, hoy me encuentro a pocos días de la muerte.
Consolándome al pensar que iré a donde mis antepasados
también han sido llevados,
al saber que seré lo que fui
justo antes de nacer y recorrer este mundo
poblado de gente y yermo de comprensión:
un alma que divaga rincones del mundo,
que sobrevuela pasajes del universo,
que busca sin descanso y con empeño
un breve momento de la eternidad,
en el cual habitar y saber qué es la vida.




[1] En la versión de Agustí Bartra.

28 noviembre, 2012

Es el Sur


A Bogotá.


No resulta fácil escribir sobre un lugar
que resulta tan ambiguo y diverso,
menos para quién no lo ha recorrido
en toda su rara y majestuosa inmensidad.

Son angostas y undívagas las calles,
por las que a diario debo ir caminando, 
pues están llenas de refugios y de casas
que albergan humildes o bandidos.

Puedo escuchar seguido, mientras transito,
muchos rumores, quejas y alaridos,
desde los que claman por un robo repentino,
hasta los que denuncian la agresión y el olvido.

El viento hace cabalgar pedazos de basura,
torbellinos de arena y ramas de árboles frágiles;
día a día, crepitan las manos de obreros explotados
y las cinturas de cansadas mujeres de casa.

Es frecuente escuchar en los medios,
las muertes, peleas, robos y otros delitos
-comunes ya-, que le ocurren, por estos barrios, 
a cualquier persona y a cualquier hora.

Hay casas que parecen de otra parte de la ciudad,
por sus lujosos enchapes y decorados,
pero no están situadas muy lejos de esas casas
de ladrillo, cemento y teja, y hasta de barro.

Hospitales grandes pero que no dan abasto,
colegios modernos hoy menospreciados,
bibliotecas formidables, ya olvidadas
semáforos como lugar de trabajo.




Hay madres y padres que madrugan y a sus hijos,
los arreglan, llevan y alientan a estudiar;
y les dan de comer, aunque deban quitarse
la comida y el agua de sus bocas ya marchitas.

Si bien es el Centro cuna de la historia,
el norte morada de adinerados,
el oriente hábito común de visitantes
y el occidente algo ecléctico,

Es el Sur lo que nos invoca la gloria
y el júbilo de estar sumido en el lodazal abismal,
y salir como si fuera una fuente de agua pura,
como si se saliera de allí sin miedo a la derrota,

De salir a enfrentar el mundo desangrado,
el país de gente corrupta y criminal, 
de confrontar la vida escasa de oportunidad y luz,
de sobrellevar a la capital colosal y dificultosa.

De abrir los ojos, y solo tomar agua de panela,
y sacar de allí la energía para la jornada,
de empacar un almuerzo en cualquier tarro
y al merendar sentir que es un gran banquete.

Acá llegan personas de todos los lares del país,
desde campesinos desplazados por la violencia,
indígenas que fueron expulsados de sus tierras,
o aquellos a quienes el destino arrojó aquí.




Tiene el Sur una magia indescifrable, 
que pocos nos aventuramos a descubrir,
pues es complejo darse cuenta sin recato
de la belleza que se oculta entre la miseria.

Es el lugar donde aun cabe otro en la mesa,
donde dejamos jugar al que recién llega,
donde se enseña y aprende también en las calles,
donde cualquier objeto es un mágico juguete.

Cada calle estrecha y gris de barrios abstractos,
cada persona que aquí habita, gustosa o molesta,
cada problema que se supera, no importa cuál sea,
cada día que se vive y sobrevive, cada noche ebria.

Toda esta abundancia de hechos singulares,
y los que faltan por nombrar -una infinidad- 
Es lo que componen este incomprendido,
riesgoso y único lugar que Es el Sur.

11 noviembre, 2012

A veces



"Quien a sí encadenare una alegría
malogrará la vida alada.
Pero quien la alegría besare en su aleteo
vive en el alba de la eternidad."
WILLIAM BLAKE,  Eternidad.


A veces, al despertar en la mañana,
sobre mi rostro no se posa la luz del sol,
sino que me acaricia, me mira y me posee
la luz de tu sonrisa,

y eso me permite caminar, aunque caiga
durante el resto del día y de la tarde,
aun bajo un amargo gris o una fúnebre sombra,
pues te invoco a cada segundo en mi memoria.


A veces, cuando llego muy tarde,
y el cuerpo está cansado y el alma dormida,
siendo en el ambiente una calma iridiscente
que me puebla los ojos de agua y júbilo,

pues llegas ante mí con esa sonrisa
-esa que alguna vez me cubrió de la tormenta-
y no tengo otra salida que también sonreír,
y entregarme a la vida aunque se proyecte cruel.


A veces, cuando me siento solo y desdichado
como el viento en medio del deshabitado desierto,
solo me basta salir de este refugio de cemento,

para encontrar así tu boca en las estrellas,
tu cuerpo en las nubes suaves y danzarinas
y tu ser en el sol reconfortante y en la luna cambiante

y lograr sonreír de nuevo
y salir a batallar el destino
y empezar a abrazar la vida.



01 octubre, 2012

Paso esta noche...


Paso esta noche
tan solo y olvidado
como lo está una estrella
nunca vista ni soñada;
tan seco y tan marchito
como lo están
las flores en invierno;
--por culpa de una nube
que creí me sonreía,
pero que ahora quiero
que se esfume tras el horizonte ...--

30 septiembre, 2012

Oda a la Luna


"Alternativement tendre, rêveur, cruel,
Réfléchit l'indolence et la pâleur du ciel."

Alternativamente tierna, soñadora, cruel,
Refleja la indolencia y el cielo pálido.


Baudelaire.


¿Qué embrujo tendrá la blanca luz
de esta luna llena y distante?
Víctima de poetas, dedicaciones,
incluso de locos y sádicos emperadores.

¿Qué táctica usará esta brillante
redonda, para hacernos contemplar el cielo?
Es protagonista de tristezas profundas,
amores pasionales, y miradas perdidas.

¿Qué será de aquellos cobardes y valientes
que decidieron intentar pisar sus fauces?
Algunos cayeron al mar, y otros pocos, 
quizá soñadores, lograron llegar allá.

¿Quién no divaga sobre su desaparición,
o no se enamora ante su perfección?
Musa para poetas, antorcha de errantes,
brújula de navegantes, acertijo de humanos.

¿Quién la vigilará cuando sea de día,
o cuando todos yazcan en su tumba?
Será quizá un astro que gira, en soledad,
alrededor del mundo, y nada más.

¿Qué pasará con ella cuando el sol
se apague y sea sólo una gran roca dura?
Seguirá girando, ya triste y moribunda,
buscando algún humano que la ame y encienda.

Hay en esta noche una indeleble necesidad,
una insondable ansiedad de admirarla,
a lo cual, yo, impávido, no veo otra salida
que pasar la noche fría viéndola y escribiéndole.

En habitual silencio o estruendosa musicalidad,
me siento, y me envuelvo en ropajes y mantas,
será una velada de excelsa admiración
a la mística Luna, ya dueña de mi corazón.



Atlántida

Mientras el cuerpo yacía en descanso
entre un colchón viejo y cobijas ásperas,
la mente era feliz jugando a ser pintora,
luego, hacer de ese cuadro una obra de teatro.

Puede que los ojos en aquél delirio
estén enteramente cerrados,
pero vi todo tan colorido como el agua
donde Narciso se enamoró de si mismo.

Un hecho histórico, de sumo impacto
que partía en dos, de nuevo, a la humanidad:
la mítica Atlántida había sido descubierta,
el secreto revelado, tierra prometida bajo el mar.

Tesoros por doquier, estatuas aun en pie,
precisas formas cubiertas de musgo y algas,
una ciudad que creían jamás existió,
sería ahora, ya descubierta, capital del mundo.

Mientras sentía que navegaba en esas aguas,
el ropaje de piel que cubre mis ojos subió,
y me daba el sol en la cara, y era mediodía,

me di cuenta que la Atlántida
seguía oculta en algún lugar,
debajo del mar o en medio de sueños.



Beso sin besar

Hay veces donde
ante una boca
debemos contenernos
de besarla.

Tan sólo bajemos la mirada
y elevemos la imaginación:
hagamos con esa boca
una fuente de placer y amor.

Que no se apague el sol

El sol es de cristal frágil,
nuestro corazón también,

su luz es una ilusión,
nuestros ojos también,

el calor que emana un delirio
nuestras sospechas también,

pero ojalá nunca se quiebre,
ni se borre, ni se apague,
como mi corazón, mis ojos
y mi conciencia,
amén.





Metamorfosis

Brotaron de nuestros besos
suspiros y caricias de verano,
recorrieron todo el ocaso,
y al volver ante nosotros
-amantes sin pudores ni recato-
se hicieron trueno y rayo,
quemando todo a su paso
menos a nosotros
que ya eramos fuego.

Guitarra cantora

Rompí el silencio de esta tarde gris
cuando pasé mis dedos por las cuerdas
de mi guitarra vieja y desolada.

Evoqué imágenes y sombras
que alguna vez fueron tuyas y mías,
y ahora son un sonido que danza.

Cada nota que brota de mis dedos
y de esas cuerdas de nailon y acero,
recorre el espacio de este cuarto.

Y es música la que nace en mi guitarra,
y la que nace en tu cuerpo y tu mirada,
y es silencio lo que me come desde adentro.

Mi voz ahora no profiere canto,
más yo callo es porque qué bello es el sonido
de mi guitarra, cantora de sonrisas y de llantos.

Conjuntos

Es el corazón
un conjunto de sustancias
dóciles e imprecisas,
pues en la mañana de ayer
parecía ser de miel,
y en la noche de hoy,
es de barro seco.

Es la noche un conjunto
de recuerdos y de estrellas,
más cuando es domingo
y se hacen presentes las nostalgias.
Es el mañana algo incierto,
y vagas sospechas nacen,
pero lo que ocurra será nuevo.

Son mis manos y mi corazón,
los que esta noche escriben,
bajo una luna llena, fría, distante.
Ojalá esta noche sueñe impávido
y mañana me de cuenta que estoy vivo,
y siga divagando errante, con mis versos.



08 septiembre, 2012

Dos estrellas en el cielo




Hay sólo dos estrellas en el cielo,
-es verdad, son tus dos luceros-
y guardan distancia la una de la otra,
y están distantes ambas de mi alma,
y están lejos de toda realidad posible
y de todo sueño imaginable.
Son dos estrellas donde hoy vi mi reflejo,
dos estrellas que me vieron trémulo,
dos estrellas tan agridulces como un anhelo,
tan necesarias que provocan desvelos.

Un corazón agitado y ansioso de cariño,
se incinera con el tiempo
y se desvanece con el adiós;
y es mío y está moribundo,
y es mío porque me late dentro.



¿Esperar a que caiga la noche de mañana,
o quizá las noches enteras de una semana,
para poder verlas de nuevo?
¿O soñar con ellas y verlas en sueños,
en cada faro de luz artificial,
en cada rayo de luz solar,
mientras están encima de una sonrisa?


Ojalá estuvieran junto a mi,
esas dos estrellas que me miran,
ojalá pudiera alcanzarlas de nuevo.
y posar sobre ellas,
un noble y tierno beso.
Pero no puedo,
porque ya cae la noche y no consigo eso.
porque ellas no quieren ello,
porque ahora están lejos.




30 agosto, 2012

Sonrisa en el mar



"...Esta mortal ternura con que callo 
te está abrazando a ti mientras yo tengo 
inmóviles mis brazos. "

J. S.

I

Lejos, lejos de mi, canta el incesante mar
mientras sus olas vienen y ván,
impactan rocas y vuelven satisfechas.

Allá arriba, suspira el inmenso cielo,
mientras una de las estrellas
ha decidido bajar, para consentirte.

Aquí, lejos del mar, lejos de ti,
la tormenta en mi vida se hace real
y tengo nublados de lágrimas los ojos,

tan saladas como el agua
que ahora lavan tu cuerpo
y limpian tu alma.


II

Agua cálida de medio día, para la oscuridad
que en algún momento
te llegue a cubrir o acechar,

agua fría, congelada, de media noche,
para cualquier volcán de ira o dolor
que de repente estalle en tu corazón.


III

Navegan por mis recuerdos
noches frías que se hicieron amenas
por la voz de miel que posees;

una tarde bajo cielo gris,
de miradas infantiles,
bajo árboles cubiertos de Rocío.



IV

Haces parte de mi tiempo;
y por tanto, en vez de ser efímera,
tu sonrisa se impregna en mi recuerdo

y la imagino como si la hubiera visto ayer,
como si la viera en estos segundos
y como si la fuera a ver mañana.

28 agosto, 2012

En noches como esta


Hay noches, taciturnas y tristes como esta,
donde ni el cielo con cúmulos de estrellas,
-cielo donde duerme el silencio más prolongado,
y respira la luna más gigante-
logra sacarme una sonrisa,
ni siquiera condenarme a vivir un sueño,
como en algún tiempo atrás.
En noches como esta, vaga y solitaria,
es cuando me ahogo despacio
en la total y fría oscuridad.

26 agosto, 2012

Oda a las sombras

Teman, hombres encadenados y tristes,
como siempre han temido a lo largo de la historia,
a las sombras interminables que hay en el inframundo,
o a las que nacen gracias al fuego en el infierno,
y así podrán perder la noción y la conciencia
y luego caer a un mar de penumbra y olvido.

Hagan de su memoria y de su imaginación
los instrumentos más hirsutos y vilmente prósperos,
para que, sin demora, conquisten al miedo,
y que luego, sin tiempo ni reacción,
sucumban irremediablemente ante él,
y se conviertan en cuerpos que viven en oscuridad.

También caminen, no importa la forma ni el momento:
debajo de un faro de luz, con vela o antorcha en mano,
de día con un abrasante sol, o de noche bajo una luna visible,
 No importa, caminen bajo cualquier
forma y manifestación de luz:
¡Podrán ver cómo su alma los persigue sin cesar!

Véanse ustedes mismos, sin necesidad de espejo:
la sombra no es sino el alma que salió gracias a la luz.
Allí camina, con ustedes en todo momento,
en cualquier parte del mundo o del sueño.
No hay persona, por más bondadosa o perversa que sea
que no tenga una sombra que la cobije y la acompañe.

El insondable cuerpo de la sombra,
que iluminó hace milenios la mente de Platón
que inundó de dudas y tormentos la mente del Humano.
Percántense de la pulcritud de sus movimientos,
hasta más bellos y fugaces, que hacen ver toscos
a los del mismo cuerpo al que pertenecen.

De inmediato hay que borrar el habitual y precario pensamiento
que dicta que el alma sólo es una blanca luz.
No, pues el alma también es tinieblas, y es parca;
esto no significa que sea maligna o siniestra,
sino que puede ser luz propia que nos guía en la fantástica vida
o la oscuridad que nos arrulla en la taciturna noche.

Ahora, recomiendo ya, luego de pasado el miedo infundido,
la incertidumbre hallada y la muerte prematura,
de todo esto que han sido parte siempre,
a que amen a su sombra, sin pudor ni vergüenza,
que intenten perseguirla y abrazarla,
porque también ella se siente sola.

Lejos de todo, váyanse con su sombra, horas y hasta días,
mirándola sin descanso, y lograrán encontrarse,
y encerrarse con ustedes mismos, sin salida.
Cuando salgan por fin, vislumbrarán un mundo de sombras,
donde cada persona y ser tienen la suya,
irrepetible como la existencia, indestructible como el tiempo.










19 agosto, 2012

La sombra que te acecha


Un camino se dibujaba bajo tus pies,
y el horizonte te marcaba el rumbo,
ibas en busca de algo o alguien, no sabemos qué,
¿Serías tú, sería yo? ¿Quién...?
Nos preguntamos eso cada amanecer.

Tu mayor error no fue esa caída
mientras caminabas distraída,
-pues hay errores necesarios-
tu error fue el cerrar los ojos y olvidarte
de mi, que siempre fui tu baluarte.

Quedaste atormentada, pues creías, equívocamente,
estar sola, olvidada, y con el rumbo marchito;
con el camino destrozado, tanto como tu corazón,
tanto como el mío, que latió hasta el momento
en que tu alma, vida mía, de otro se enamoró.

Hoy es de día y no ves el sol: las nubes lo tapan.
Cae la noche y no ves la luna: es por su fase nueva.
Te invade el recuerdo y no me encuentras:
no pierdas el tiempo, ni recorras el mundo,
tranquila, ahora soy tu sombra que te acecha,
enamorada perdidamente, que de ti no se despega.




Saluda a esta despedida

Último domingo

Esta semana que pasó nos bañaron 2 veces en el patio, el martes y el jueves, estábamos desnudos como de costumbre, fue unos minutos antes que saliera el sol. Debido a eso estoy muy enfermo, mi cuerpo es débil y mi alma lo es aún más. Cuando me cae el chorro de agua, el cuerpo se me entumece, tiemblo como perro enfermo; ah, también me cae una lágrima todas las noches, al recordarte. El sol se ríe de mi, porque estos meses ha decidido esconderse detrás de las nubes; se ríe porque no tengo su calor; porque tampoco tengo tu calor; porque ni siquiera tengo ni encuentro mi propio calor, y por eso muero.

Ya se me terminará el pedazo de carbón con el que siempre te escribo estas cartas; así que ésta será la última. Si, puedo ir a conseguir más carbón, pero... ¿Para qué? Han sido tantas las cartas que te he enviado todos los domingos que me desvanezco cuando me doy cuenta, en el transcurrir de la siguiente semana, que no responderás, ni vendrás, ni me recordarás.

Han sido 15 largos años, Ana, tan largos como el camino que me conduce a ti. Y lo sabes. Me siento como un león de circo, encerrado entre barrotes, humillado, queriendo salir para acabar todo y comerme el mundo. Pero soy cobarde.

Me mira desde algún lugar del universo o desde alguna instancia del tiempo ese sujeto alto y de sombrero, oculto en la oscuridad, en la neblina, las sombras. Siempre tan misterioso, peligroso, pero lento y ahora.. ahora muerto. Es increíble que esta mano que te escribió tantas cartas de amor, de espera y hoy, de despedida, haya sido la que puso fin a un hombre. Pero ya comprendo que esa es la vida.

¿Qué daño puede causar el cielo o una rosa? Mucho, más de lo que crees, hermosa. Pues del cielo vienen esos vientos secos que son caricias que lastiman, en él están esas nubes que nos tapan el sol, de día el cielo se vuelve un espejo que impide ver el universo y de noche se vuelve un manto de tinieblas que nos envuelven y asusta. La rosa te puede cortar la piel, sus pétalos intentan ser igual a tus labios, ese color de la rosa es el de la misma sangre, esa que nos hace saber que hemos cometido un crimen, que somos monstruos. ¿Qué daño te puedo causar yo? El daño infinito que causa el amor.

Ayer un guardia me dijo que la libertad me espera, faltan pocos días. No iré a buscarte, a mirarte ni a querer sentirte a mi lado. Tengo que buscarme yo mismo, mirarme por primera vez en la vida, profundamente, sentirme vivo... Pues también me han dicho que la muerte me espera, falta poco tiempo para encontrarme con ella. Espero que no te pongas celosa.

Mi cielo, mi rosa... Se terminó el papel. Ah, también se terminó el lazo que nos unía, el cual yo sostenía con más fuerza y vigor, mientras tu lo tenías con un dedo y los ojos cerrados. No importa. Ahora el delgado lazo cae sin retorno entre un abismo de olvido y pena. Allá estará mejor, no temblará tanto, por fin cayó. Ojalá estas palabras, como muchas otras veces, hagan crecer rápido enarbolar místicamente el fuego de tu chimenea.

07 agosto, 2012

Tardes soleadas de un después

 "...mas del cielo los dos sé
que estamos muy cerca,
tú porque eres hermosa,
yo porque soy muy viejo"
Víctor Hugo.






A través de los cristales
veo las montañas de la ciudad,
reflejando la luz solar,
avisando que pronto la noche
fría y oscura, de magia todo cubrirá.

Luego, las palabras vuelan
por encima del humo del café,
y pronto se hacen ecos,
y no saben, ni ellas ni yo,
porqué todo debe terminar, porqué.

Calles frías e históricas
nos recuerdan que nos perdimos
en el río del tiempo,
del que podemos salir nadando
despacio, juntos, sonrientes de la mano.


II

Y después de la epopeya vivida,
puedo abrir más los ojos,
y ver cada detalle del mundo y de la vida;
abrir más la mirada
teniendo los párpados cerrados.

La sombra que nace por culpa del sol,
un pájaro que canta sin pena,
un árbol que baila con el viento,
la inmensa sonrisa de un niño,
la mirada cansada del anciano.

Tener la pupila encarcelada
detrás del parpado soñoliento,
y aún así seguir caminando,
viendo todo con cada sentido,
sobre todo con el más sensible:
el corazón.



III

Tu mirada profunda y estática
que hace temblar al Coloso;
tus manos tersas y pequeñas,
que hacen enternecer a los volcanes;
tu voz, dulce e inquieta,
que hace dormir a los raudales.

Tu delicada silueta,
que envidian los ríos;
la suavidad de tu cabello
que desean campos de algodones;
tu ser, único y majestuoso,
que quiere este hombre.

Musa de tantos poemas,
luz de tantas sombras,
recuerdo de tantos momentos,
mujer, soñada en mis versos.

IV

Sueño con volver a vivir, solemne,
tardes soleadas contigo, siempre,
y no quedarme en sueños
tampoco en estos imborrables recuerdos.

Razones de estar contigo abundan,
cada día nace una fuente de motivos,
de sueños y de razones para estar a tu lado;
lo difícil y triste es suponer que tú
no encuentras y no hallas
razones para estar conmigo.






06 agosto, 2012

Primer y último beso de un halcón



I

Desde la cima de una peña
te mira un halcón enamorado,
que permanece quieto como el silencio
y sereno como la lluvia y el vacío.

Encima de él, de sus alas,
carga con el cielo tempestuoso,
y con sus garras afiladas se aferra
a la tierra que huele a paraíso.

Tú, como el fuego, mi estrella en tierra,
miras asombrada en medio de la nada,
hacia arriba, a esa ave que es estatua,
que te mira, que tú miras.

Pasan los segundos uno a uno
y los cuento con cada parpadeo,
de tus ojos grandes y bellos,
con cada abrir y cerrar de ojos dionisiaco.


II

Se miran, se celan, se miran más.
El halcón quiere la libertad de tu alma,
y tú la de sus enormes alas.

Tu pupila se estrella con su pupila,
y así, sin sentirse, sin tocarse ,
con la mirada dos almas se besan.

Sin querer perder la batalla,
ambos emanan una sonrisa discreta,
pero los delatan sus ojos de luz.

Y el sol quiere que amanezca,
y las estrellas miran sonrojadas.
Y yo estoy en alguna parte del mundo.


III

Sale el sol y se abren las alas del halcón,
tanto así, que no se ve el sol.
Tanto así, que ya no ves el cielo,
sino las alas son tu cielo ahora.

El halcón se levanta impetuoso,
emprende un vuelo nuevo
hacia el horizonte, es decir,
hacia ti, mujer bellamente utópica.

No te mueves, ni un poco,
mientras tanto el ave rapaz se acerca,
como si acechara una presa,
la más deliciosa y celestial presa.

Faltan pocos metros,
y se siguen mirando;
más aún cuando cierran los ojos
y no saben qué es el tiempo.

IV 

Llega por fin el ave ante ti
y se detiene súbita, de repente,
abre sus enormes alas,
para encerrarte allí.

Y cuando crees que él te dará muerte,
que estás a pocos segundos,
de un último suspiro,
él se posa y muere en tu dulce boca.

Siendo tú, una rosa roja,
ahora con tu boca besas, susurras y gritas,
frágil, ágil y hermosa: rebeldía y libertad.

Y la noche permanece inmóvil,
y la luna permanece inquieta.
Y yo, soy la mirada, la peña y el halcón.

05 agosto, 2012

En ocasiones de bestial incertidumbre


En ocasiones de bestial incertidumbre
me embriago con tus besos, ilusorios,
en la mañana los veo cayendo desde el cielo,
en la tarde atravesando bosques,
y en la noche posandose sobre mis labios.
Imagino còmo me miras con serenidad
y sucumbes a mis labios, frágil.

Encuentro que la única manera
de conocer qué es mi alma,
es viéndome en el reflejo de tus ojos,
un reflejo tan trèmulo y puro
como la puesta del sol sobre el mar.

Cuando el viento me da caricias
sé que son tus manos tersas,
traídas a mi por el viento, el tiempo.
Y a pesar de que el tiempo no perdona,
tu amor por mi, si existiese,
viviria y se prolongaría eterno,
jamás serían cenizas, que lloran.

Ya recorrí millones de caminos
y no encuentro aún la cumbre
donde pernocta nuestro amor
y permanece insomne,
que clama a gritos ciegos
ser visto y rescatado, hoy.

La luna deja caer lágrimas de luz
y el sol ahora llora fuego,
son astros que miran, indignados,
cómo el destino juega con nosotros,
al ver cómo es el tiempo el que me congela
y no el frío y la lucidez de la luna;
cómo es el futuro el que me quema,
y no el corazón ni la espuma del sol.

29 julio, 2012

En tus labios de muerte



En tus labios de muerte
duermen sueños y olvidos,
pasan sombras y pesadillas,
mueren besos nunca obtenidos.

Los ojos marchitos en tu rostro
me dicen siempre, todos los días,
mientras me miran, tácitos, ahora
No sueñes conmigo... ¡Nunca más!


Tus senos, dueños del color de las nubes
y con el sabor de la dulce miel,
le dicen a mi corazón que te mira,
un 'no' con un silencio demasiado cruel.

Tus brazos pequeños
pero que supieron abrazarme
y proteger al mundo entero,
no quieren ya ni golpearme.

Qué será del sol, cuando llueve,
pues las nubes le ganan la disputa,
qué será de la luna, que hierve

con cada alborada, que mi alma disfruta.
Qué será de mi, que siempre buscó
hacer de ti poesía, que nunca nadie escribió.

Pero dijiste que NO.