06 agosto, 2012

Primer y último beso de un halcón



I

Desde la cima de una peña
te mira un halcón enamorado,
que permanece quieto como el silencio
y sereno como la lluvia y el vacío.

Encima de él, de sus alas,
carga con el cielo tempestuoso,
y con sus garras afiladas se aferra
a la tierra que huele a paraíso.

Tú, como el fuego, mi estrella en tierra,
miras asombrada en medio de la nada,
hacia arriba, a esa ave que es estatua,
que te mira, que tú miras.

Pasan los segundos uno a uno
y los cuento con cada parpadeo,
de tus ojos grandes y bellos,
con cada abrir y cerrar de ojos dionisiaco.


II

Se miran, se celan, se miran más.
El halcón quiere la libertad de tu alma,
y tú la de sus enormes alas.

Tu pupila se estrella con su pupila,
y así, sin sentirse, sin tocarse ,
con la mirada dos almas se besan.

Sin querer perder la batalla,
ambos emanan una sonrisa discreta,
pero los delatan sus ojos de luz.

Y el sol quiere que amanezca,
y las estrellas miran sonrojadas.
Y yo estoy en alguna parte del mundo.


III

Sale el sol y se abren las alas del halcón,
tanto así, que no se ve el sol.
Tanto así, que ya no ves el cielo,
sino las alas son tu cielo ahora.

El halcón se levanta impetuoso,
emprende un vuelo nuevo
hacia el horizonte, es decir,
hacia ti, mujer bellamente utópica.

No te mueves, ni un poco,
mientras tanto el ave rapaz se acerca,
como si acechara una presa,
la más deliciosa y celestial presa.

Faltan pocos metros,
y se siguen mirando;
más aún cuando cierran los ojos
y no saben qué es el tiempo.

IV 

Llega por fin el ave ante ti
y se detiene súbita, de repente,
abre sus enormes alas,
para encerrarte allí.

Y cuando crees que él te dará muerte,
que estás a pocos segundos,
de un último suspiro,
él se posa y muere en tu dulce boca.

Siendo tú, una rosa roja,
ahora con tu boca besas, susurras y gritas,
frágil, ágil y hermosa: rebeldía y libertad.

Y la noche permanece inmóvil,
y la luna permanece inquieta.
Y yo, soy la mirada, la peña y el halcón.

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