18 junio, 2012

Diagnóstico.

No hay drogas, inyecciones, ni calmantes.
Ni un círculo de miradas encima mío
analizándome y juzgando, anotando
lo que sus ojos carnívoros ven.
Tampoco mi cuerpo está encerrado
en un inmenso edificio blanco
conocido siempre por ser frío y hostil.

No. No me ha diagnosticado ningún viejo
que dice haber leído y aprendido
durante años, millones de minutos;
menos algún o alguna hábil aprendiz
que dice haber recorrido países
y pisado diferentes tierras.
Nadie se da cuenta de lo que me pasa.

Me he drogado sin darme cuenta
de poesía y de la inherente fantasía
que acompaña a la vida,
y de ilusiones, que odian a la realidad.
Me he juzgado en silencio dentro de mi mente,
me he destrozado por dentro
pero sigue completo mi cuerpo.

Si. Me he diagnosticado yo mismo:
a través de estas palabras
yo mismo veo quién soy,
pero sólo como un plano reflejo,
es decir, aún no sé
quién soy o quién quiero ser. 

No busco que me digan qué padezco

menos qué debo pensar o sentir
y mucho menos quién debo ser.
No, no busco un diagnóstico médico.
Realmente no sé qué busco.
Quizá lo único que busco, es...
Quién me pueda diagnosticar bien, siempre.





No hay comentarios:

Publicar un comentario