17 julio, 2012

Estaciones sin tiempo



I

Han herido a la primavera,
uno de sus árboles de sol está en llamas
y llora hojas, llora plata, llora sangre.
Y cueros duros con ojos pequeños
encargados de mover por el mundo
cabezas llenas de vacío y de agua
pisan y le rompen los huesos
a esas lágrimas delgadas y amarillas.
Un corazón en medio del mar
palpita más rápido, al imaginar
pies pisando hojas muertas
miradas que queman incinerando pájaros
que caen en picada llenos de rocío gris.
Y la primavera moribunda se va
entre el sol y las nubes de algodón
se va cabalgando en caballos de polvo
volviendo a su reino del tiempo
esperando a que las otras tres estaciones
sucumban ante los ojos claros del sol.



II

Han olvidado al invierno,
sus copos de luz y agua flotan
en barcos de vapor hundidos en el cielo.
La blancura fría se derrite entre dedos
de carne y huellas históricas;
y los vientos quedan estáticos
mientras los ojos son los encargados
de velar y hacer llover torrentes.
Algunas partes del cuerpo se rompen
y saben a agua, sangre y nada,
pero congeladas son deliciosas
para pasarle la lengua
una lengua fresca y ansiosa
de tener sexo con las frutas.
Es un invierno hostil y plomizo:
un aguila se perdió en las nubes:
sus alas se cayeron al mar de oro,
sus garras se volvieron de arena,
sus plumas ahora son para escribir,
sobre nieve que desaparecerá,
la historia de pueblo perdidos,
la tragedia de corazones rotos,
pinturas que escribió una sombra
en medio del frío, del invierno, del olvido.


III

El desierto tiene sed de sol
y el sol sed de tierra.
Es en verano cuando sol y tierra
hacen el amor en el mar,
en praderas, desiertos, selvas,
es en verano cuando acuerdan
emanar sombras acaloradas
que se vuelven suicidas
y buscan la luz de toda manera,
cuando acuerdan que todo
será vapor, sudor y sed.
Y llega verano cuando la primer
mariposa que sale del capullo celeste
grita sorda y rellena ciega
con su gritos a los muertos ecos,
ecos creados por símbolos desconocidos
que se pueden hallar en rocas,
debajo de alfombras, encima del cielo.
El aviso de la frágil voladora
de ojos en sus alas
y de alas en sus ojos,
es que pronto será extasiada
por el fuego invisible y destructor
del verano miserable y traidor.
Se preparan almohadas de sueños
a batallar contra el aire espeso,
se alistan tropas de pupilas lila
para llorar saliva en ríos de paz,
se prepara el verano rojo y crudo
como carne de vaca sagrada,
para morder y tragarse
todo tipo de ganas de frío,
para clavarle una estaca
negra de carbón al invierno.


IV

Dos cabezas en un pastizal
de un parque de peces y auroras,
se escudan del cielo circundante
debajo de un árbol sin pulmones.
Totalmente negro, seco y áspero
está el árbol atado a la tierra,
con raices de mármol
y un tronco de calaveras;
raices con las que él mismo se ató,
para suicidarse con gotas de tiempo,
un tronco que lo sostiene
y lo mantiene con vida, muerto.
El otoño se llevó sus hojas
y le arrancó las respiración,
se llevó el aire que exhalaba
entre sus poros de madera dorada.
Con metales que giran y hacen ruido
fue asesinado, ultrajado y cortado por la mitad
para ser arrojado como un condenado
al fuego ardiente como verano.
En su metaformosis renacerá
como un fenix de gran edad,
entre sangre y sal brotará
una pequeña uña de cristal,
un espejismo como el reflejo
de tus labios de carne y piel
tan suave como la miel de cocodrilo.


V

En un lado desconocido por mortales
se encuentran almas blindadas
contra todo tipo de dolor o emoción
que pueda producir una estación,
una mirada de claroscuro que nunca fue,
un beso con el cuerpo que se dio en vida,
un cielo blanco-azul que virgen quedó
ya que nadie con sus alas lo violó.
En un lado cerca a todos los mortales
nos encontramos poetas y hombres raros
que ante la mínima gota de invierno,
rayo moral de verano,
hojas con los huesos quebrados,
árboles sin hojas ni manos,
morimos para renacer al siguiente segundo.











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